sábado, 7 de noviembre de 2009

Presentación


EL MATRIMONIO

Después de haber creado la tierra y ordenado sus elementos, Dios la adornó con toda clase de seres vivientes, a los cuales dio fuerzas con su mandato para crecer y multiplicarse.

Pero Dios, que lo había hecho todo para el hombre, a quien habría de constituir rey de la creación, finalmente exclamó: “Hagamos al hombre a imagen nuestra, según nuestra semejanza”, para que domine todas las cosas.

Y el hombre se encuentra así con un mundo maravilloso, extraordinario. Mediante el don de ciencia que poseía, penetra toda la profundidad de la creación y conoce todos y cada uno de los misterios insondables que ella encierra... los minerales, los vegetales, los animales...

Dios hace desfilar delante de Adán a todos los seres, y éste les va poniendo nombre, conforme a su naturaleza.

Pero Adán, al cabo de aquella jornada inundada de luz y de alegría, en la cual fue constituido rey y señor de la creación, al atardecer de aquel día de gloria, sin embargo, está triste...

¿Qué es lo que le pasa? Por un movimiento interno, Adán se siente impulsado a contar todo esto, desea comunicar el conocimiento que tiene de las criaturas, quiere compartir sus riquezas espirituales... Pero, ¿a quién le comunicará? ¿Con quién compartirá? ¿Qué ser puede recibir la revelación de sus más íntimos sentimientos? ¿Qué criatura puede ser interlocutora de sus alegrías y sus ideales?...

Adán está solo, absolutamente solo, como un ermitaño en medio de la creación entera...
¿Dónde podrá encontrar un ser que se le asemeje, que viva en su compañía, una persona en cuya alma pueda verter toda la suya?...

El hombre está solo, verdadera y terriblemente solo...

Dios mismo lo dijo, y es más, declaró solemnemente que no era bueno que permaneciese así y que era menester proporcionarle una ayuda que se le asemejase.

Adán, poseído de un profundo sopor, se adormeció; entretanto, el Señor tomó misteriosamente una de sus costillas, la revistió de carne y formó otro cuerpo humano e, infundiéndole un alma racional, dio vida a la encantadora Eva.

La creación de la mujer, pues, no es solución a la indigencia de Adán, sino debido a la riqueza trascendental de su alma, que no puede compartir con los seres irracionales.

Eva, atónita al sentir la vida que acaba de recibir, mira a Adán que se despierta de su sueño y que contempla con sus propios ojos lo que había entrevisto en sueños. Inmediatamente comprendió que aquel ser sería su complemento.

Adán no deja de admirar a la mujer, siente alegrarse su corazón, dilatarse su alma y, rebosante de un inusitado amor, revela a todas las generaciones futuras la esencia y las leyes del matrimonio, exclamando: “He aquí hueso de mis huesos y carne de mi carne... Llamarse ha hembra, porque del hombre ha sido sacada... Por causa suya dejará el hombre a su padre y a su madre y estará unido a su mujer, y los dos vendrán a ser una sola carne”.

A esta exclamación de amor, Dios respondió con una bendición, de la cual brotó la humanidad: “Creced y multiplicaos”.

¡Cuántas y cuán sublimes enseñanzas se encierran en estas palabras del Génesis!

He aquí, en los albores mismos de la humanidad, en el Paraíso Terrenal, fundada la institución familiar, establecidos sus fines y promulgadas sus leyes.